Sonidos y letras de Juchitán: sabor a Natalia Toledo


Entrevista

Santiago Padilla

Gunaxii lii zica ranaxicabe

gubidxa ne nisaguiee.

Gunaxii lii zica ranaxicabe

diidxa cáyale gasi.

Cadi cuezu’ sti guiruti.

Girá ni zanda ganaxiú

ne chula’dxu’ guidxi layú di’

guirani gule neu ni.

 

Quiérete como se quiere al sol y a la lluvia.

Quiérete como se quiere a la poesía recién hecha.

No esperes de nadie.

Todo lo que puedes apreciar y querer de ésta tierra,

está dentro de ti.

Natalia Toledo

 

La mujer que atiza el carbón de un anafre para calentar tlayudas, es la misma poeta de gesto bravo que puede observarse en fotografías de Blanca Charolet, sosteniendo un par de pescados con los brazos a la altura de las orejas, los pechos descubiertos, menuda y majestuosa diosa zapoteca. Natalia Toledo, la de ojos de terciopelo y rizos libres, la de voz altiva y fuerte, con un acento marcado que refleja los susurros y estridencias de su lengua natal, porque como ella declara: “Ya estoy impregnada de lo zapoteca, de mi abuela, de mi mamá… de todo lo que yo fui primero en la vida”.

Dice uno de sus versos: “El Zapoteco siempre fue el único hombre de la casa”. Natalia vivió con su madre y su abuela en Juchitán, Oaxaca, hasta los ocho años, momento en que “decidieron los adultos” y se mudó al Distrito Federal, con su abuela paterna. Pasó del calor de ensueños a una ciudad de concreto, de la libertad juchiteca al encierro citadino. “He tratado de no renunciar a todo eso y he tratado, para sobrevivir en esta ciudad, de escribir en zapoteco, hacer garnachas, tlayudas. No he renunciado a lo que realmente soy”.

Sin embargo, a lo largo de sus 43 años, ha pasado la mayor parte de su vida en la Ciudad de México. Es perceptible cierta nostalgia por su mundo primigenio, que evidencia el olvido de su otra realidad en sus poemas. Sus versos reflejan magia e iguanas calurosas que no dejan sitio a edificios, al metro, a masas de gente, a la ciudad.

Revista Contratiempo (RC): ¿Cómo se refleja el DF en tu obra?

La artista responde tajante:

NT: No. Nulo. No se ve, no se refleja. Tú puedes leer toda mi obra y no hay nada.

RC: ¿Por qué esta ausencia? ¿No lo sientes?

NT: Pues no es algo que tú busques. Simplemente es como volverte poeta: tampoco es algo que yo haya decidido así, de que verdaderamente me senté bajo un tamarindo y decidí “voy a ser poeta mañana”. No, es como una cosa que nace de la necesidad de expresarme, de escucharme, de voltear a verme, de escuchar mis ruidos interiores. El DF está más, tal vez, como espacio en mí, en mi persona: es una afectación psicológica, eso de estar encerrada, de vivir de otra forma. Después de estar en los patios, en las casas que no tienen puertas o que dan a la casa de la vecina y esa casa también la puedes cruzar… esta cosa del límite la conocí hasta que llegue aquí.

Hija de Olga Paz y primogénita del artista plástico Francisco Toledo, Natalia ha estado rodeada de manifestaciones artísticas diversas. Elena Poniatowska la describió como “niña de hechizos”. De la mujer imponente y sus palabras, escribió: “La poesía de Natalia es suave como su mirada, redonda como sus hombros, demandante como sus labios, rizada como las olas que coronan su cabeza, desnuda como sus pezones oscuros. Natalia no anda en los imposibles de la poesía. Recorre el mundo cotidiano y lo asume, observa, siente, respira, suda.”

RC: Creciste inmersa en el arte, ¿Por qué, precisamente, optar por la escritura y en específico por la poesía?

NT: En la casa d mi papá había un señor pintando y en la casa d mi mamá un taller de bordado. Los oficios de mi mamá los aprendí, los heredé. Del lado de la pintura, pues no. Dibujo un poco, pero soy muy elemental. Y, ¡qué bueno que no me dediqué a la pintura! Si no, sería muy mediocre.

Foto: Blanca Charolet. Fuente: oscardavidlopez.blogspot.com

Ella puede moldear telas y metales, sabe enredar los colores en sus dedos y fabricar aretes, collares, huipiles, toda la indumentaria típica de las gordas serenas que, adornadas también de trenzas y sensualidad, habitan sus poemas. Sin embargo, al escucharla hablar con la cadencia del didxazá (zapoteco), al oírla arrullar las palabras y canturrearlas en sus labios mientras cocina mole, garnachas, tasajo y bebe sorbos de cerveza, es comprensible su predilección por las letras.

Actualmente se encuentra trabajando en historias sobre el circo. Además, acaba de terminar de escribir un libro para niños, sobre onomatopeyas que registró Juan de Córdova en el siglo XVI. “Utilicé estas onomatopeyas para crear haikús. Hice algunos en zapoteco y en español, obviamente. A mí me parece muy padre esta manera de hablar de los zapotecas que tenemos hasta la fecha, sin pronunciar palabra, únicamente sonidos, y hacer gestos y darle la intención con el cuerpo. Y me pareció que podría ser interesante o simpático para los niños, porque los niños son también muy de ruidos”

RC: ¿Qué tan importante son los gestos para la comprensión de esta lengua?

NT: El cuerpo también habla. Los ojos, la connotación que le des a la parte sonora, a veces van acompañados de un gesto. Cuando lo lea el papá o el niño, va a poder hacerlo como él cree que sonaría una rana, una campana. O pensará cómo suenan en su propio idioma, en español: no es lo mismo cuando se cae un gordo que un flaco, o como grita el cochino. Hay unas onomatopeyas súper delicadas: hablan de la arena del tiempo, cuando cae la arena del reloj (Huéhuéhue), cómo camina el dolor en el cuerpo,(Lylilli, pé, pépé), cómo suena el corazón. Estas cosas, que son bellísimas, de mucha delicadeza, son las que registró Juan de Córdova. Ahí estaba parte del trabajo, yo lo único que hice fue ponerle un versito y ya. Lo va a ilustrar mi papá y seguramente buscaremos a quién le interese”

Al preguntar si ya tiene una editorial para este proyecto, la escritora responde con seguridad “No, pero vamos a ver. Ya hice dos libros con el Fondo de Cultura Económica y me gustó mucho”. Natalia habla de El conejo y el coyote (2008) y La muerte, pies ligeros (2005), sus publicaciones más recientes, cuentos ilustrados por Francisco Toledo en ediciones bilingües zapoteca-español.

La poeta de enaguas floreadas y aterciopeladas es testaruda en la difusión de sus versos, de su comida, de sus fragancias, de su Juchitán. “Y si me voy a Australia (que me fui hace poco a una estancia de un mes y medio, a trabajar con un artista aborigen), pues sigo con mi ruido. Como los caracoles, que llevan su propia casa en la espalda”.

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